En el caso de ciertos autores, entre ellos Lars Von Trier, el espectador
cinéfilo acude muy pocas veces a la sala para ver sus obras, por
decirlo de alguna manera, 'virgen'. La personalidad del danés, y no digo
personalidad artística sino personalidad sin más, es un lastre con el
que sus películas tienen que cargar -para bien o para mal, según-.
Ocurre entonces que enfrentamos la obra de una manera prejuiciosa (1):
la mayoría de las veces no vamos a poner a prueba nuestras opiniones,
sino a reforzarlas. No se trata de evaluar, de poner en crítica nuestras
percepciones, sino de encontrar más argumentos para sostenerlas. No se
ve "Anticristo", se ve: "Anticristo, de Lars Von Trier". La ampliación
de las comillas es un elemento sustancial.
La aceptación de esta tesis supone darnos cuenta de la influencia del
autor no sólo a priori y durante la gestación de la pieza, como es
natural, sino también a posteriori. En este caso, el carácter polémico y
decididamente poco simpático del director empobrece el análisis sincero
(si queremos: libre) de su obra. La controversia suscitada por la
película en el pasado Festival de Cannes puso en evidencia, una vez más,
los problemas de tomar en consideración ese a posteriori del que
hablábamos. Entre sus detractores encontramos a los de siempre, o casi, y
entre sus partidarios también (2). Ninguna sorpresa.
Pero vamos a justificar ya el emplazamiento de este texto: en ocasiones
es difícil decidir el límite entre la genialidad más absoluta y el
ridículo más espantoso, resulta que ciertos extremos se hallan muy
próximos. Sin embargo, y pese a los amores y odios tan extremos que ha
suscitado, el caso de Antichrist no parece ni uno ni otro. La película
arranca con un prólogo sobradamente comentado -y, al parecer, bastante
celebrado incluso entre aquellos que han rechazado el resto del film- en
el que no sorprende más aquello que se cuenta (sin duda de un contenido
impactante) que cómo se cuenta: la escena se filma en cámara lenta a
ritmo de ópera con la anodina y fría hiperestilización de una publicidad
de perfumes. Dicho fragmento fija el precedente narrativo y estético
del resto del film, que continuará con imágenes de similar inspiración
hasta el momento en que se produzca la ruptura en su último tercio.
La narración después de este primer episodio se articula en una suerte
de cuento o fábula (el bosque, los animales parlantes), como si Von
Trier hubiese ensayado un remake contemporáneo en clave de thriller
histérico de terror psicológico de una de las obras de los hermanos
Grimm. No nos referimos a las historias edulcoradas proporcionadas por
Disney, sino a los relatos originales escritos por los hermanos, mucho
menos amables -de hecho su intención inicial nunca fue escribir para
niños- y con una carga sádica (3) y sexual explícita que se vieron
obligados a rectificar una vez fueron populares. Las referencias al
incesto, al sexo, etc. fueron eliminadas pero aún hoy se mantiene la
violencia en los relatos, cuya función era la de hacer más dramática la
lucha entre el Bien y el Mal. Por tanto, todo lo que en los Hermanos
Grimm era crueldad medieval es aquí un extremo y angustioso survival
horror de pretensiones psicoanalíticas, en el que la dicotomía se
establece entre la brutal naturaleza de los instintos humanos o su
domesticación, para finalmente llegar a la necesaria supervivencia
física y mental a través de la supresión del contrario: la liberación
del dolor. Los tiempos cambian, los cuentos también.
Desde ese punto de vista el film no está carente de interés, sin
embargo, el autor falla en su intento de postular cierta crítica
respecto de las imágenes contemporáneas. Como decíamos, ya desde el
prólogo se adivina el propósito de dinamitar desde dentro el discurso
estético y narrativo, las expectativas del espectador. Pero, tras la
frialdad y vacuidad de las escenas que preceden al estallido final no se
advierte una podredumbre escondida tras una apariencia de normalidad,
es más, cuando la violencia hace aparición, estas imágenes también se
ven contagiadas de la vacuidad precedente. Belleza superficial, vacía,
horror igualmente superficial, vacío, ¿qué diferencia hay?. El
espectador encuentra mucha más incomodidad frente a películas como La
pianista de Michael Haneke (La pianiste, 2001) -¡qué sutil perversidad!-
que ante ésta de Lars Von Trier, en la que la voluntad de agredir es
tan evidente que no hace daño. No se entiende por tanto la postura de
quienes atacan el film basándose en la supuesta violencia de sus
imágenes, esta batalla Von Trier la perdió, se encuentra mucha más
violencia -explícita, implícita- encendiendo un televisor a casi
cualquier hora.
Mala suerte, no será el danés, con sus
inofensivos puñetazos, quien nos salve del bostezo especular. Al menos
no en esta ocasión. Sin embargo, el ejercicio divierte…
(1) Dicho en su sentido más literal, es decir: emitir un juicio antes de experimentar el hecho.
(2)
No faltan, por supuesto, análisis serios y bien razonados para explicar
una u otra postura: FONT, Domènech y REVIRIEGO, Carlos: Cahiers du
Cinema, nº 25, julio - agosto, 2009, pp. 28, 29, 30.
(3) En la
versión original de Blancanieves la madrastra era castigada a bailar
hasta morir calzada en unos zapatos de hierro ardiente. Aún las modernas
versiones, mas 'refinadas', resultan a veces crudas; a saber, niños
vendidos por sus padres: Pulgarcito, antropofagia: Hansel y Gretel,
niños abandonados en lo profundo del bosque para asegurar la
supervivencia económica de sus padres: otra vez Hansel y Gretel, etc.
ENLACES/FUENTES:
http://cheapreward.blogspot.com.ar/2011/01/antichrist-2009-lars-von-trier.html
http://cinestonia.blogspot.com.ar/2011/09/antichrist-2009-lars-von-trier.html
http://dimensionfantastica.blogspot.com.ar/2009/09/antichrist-lars-von-trier-antichrist.html
http://jarjacha-wasi.blogspot.com.ar/2009/09/cine-antichrist-2009.html
http://obscinedades.blogspot.com.ar/2009/11/antichrist-lars-von-trier-2009.html