Por Carlos M. Reymundo Roberts | LA NACION
Hacía tiempo que la señora no me encargaba un trabajo
tan fácil y, al mismo tiempo, tan gratificante: me pidió un informe
completo sobre la marcha de (anteanoche) la semana pasada.
Pero no me demoro más. He aquí el documento testimonial que le presenté a la señora.
- Primera conclusión. Fue una movilización modesta, de 4000 o 5000 tipos. Con toda la furia, 20.000. Nunca más de 50.000. (A propósito, propongo barrer a la cúpula de la Policía Federal: ¡cómo vamos a permitir que se haya filtrado la estimación de que había 200.000 personas! Y propongo barrer también a Nora Veiras y a Horacio González, dos puntales del relato, por haber dicho que la movilización había sido "importante".) Eran pocos, pero iban y venían para dar la impresión de que eran más. Y como tienen plata, contrataron empresas especializadas en delivery de manifestantes: te llevan gente donde vos le pidas. No vi camiones, pero sí ómnibus de tres pisos, súper lujosos, que iban recogiendo personas por todo Barrio Norte. Y nada del chori y la Coca, por supuesto: el catering era sushi con champagne.
- Segunda. De espontánea la protesta no tuvo nada. En una práctica detestable, constituyeron un verdadero ejército a sueldo en las redes sociales. Nuestro propio ejército de blogueros, que no es inferior ni está menos retribuido, no dio abasto para neutralizar esa invasión.
- Tercera. No hay de qué preocuparse porque vi deambular por las calles a esas ovejas opositoras sin un solo pastor que las guiara. El contraste es brutal, señora. Nosotros vamos a un acto y nos llevamos la música de sus palabras. Ellos no escuchan otra cosa que el ruido de las cacerolas.
- Cuarta. Fue una genialidad que usted hablara en San Juan y nos mostrara en la pantalla de la TV una cría de chanchitos justo cuando se desarrollaba la marcha. Los buenos telespectadores, como los buenos comensales, saben con qué cerdos quedarse.
- Quinta. Otra gran idea fue dejar que sólo TN transmitiera en vivo las movilizaciones. Y que C5N hiciera planos de calles semivacías y no de plazas llenas. Eso es ofrecerle a la gente una pluralidad de opciones.
- Sexta. Algo falló en nuestra organización, porque mientras usted les hablaba a unos cientos de personas, la versión sanjuanina de la protesta nacional reunía a 10.000 en una plaza. Duro con el gobernador Gioja, señora: esas cosas no nos pueden pasar.
- Séptima. Qué lástima que esa noche usted tardara en volver a Olivos. ¡No sabe la multitud que estaba esperándola en la puerta de la residencia para aclamarla! Un consejo: afloje con la humildad y el bajo perfil.
- Octava. Nosotros sospechábamos que se trataba de una marcha golpista, y pude comprobar que efectivamente fue así. Todas las consignas eran destituyentes: "¡Más libertad! ¡Más seguridad! ¡Menos inflación! ¡Menos corrupción!"
- Novena. Usted le advirtió a la gente que debía tenerle "un poquito de miedo", y la respuesta fue que la gente salió sin ningún temor a las calles a protestar. Por eso, le doy otro consejo: afloje con los "poquitos", meta miedo de verdad. Amenace con que no se va a poder comprar un dólar, con cerrar las importaciones, con no dejar viajar a nadie al exterior, con convertir a la AFIP en el principal organismo de espionaje del país. Amenace con nacionalizaciones, expropiaciones e intervenciones. Con darles fondos para pagar los sueldos y hacer obras sólo a los gobernadores e intendentes que se inclinen ante sus pies. Con cadenas nacionales para cualquier cosa y justo a la hora de Tinelli. Con dar aumentos de asignaciones familiares que cuando se hacen bien las cuentas terminan siendo un descuento. Y la peor amenaza de todas: dígales que si la siguen molestando se va a cansar, va a dar un portazo y los va a dejar con Boudou.
Ahora también me permito darles un consejo a los que salieron a protestar: che, no jodan; si la amenaza es Boudou, vuelvan a sus casas.
- Décima. Mi última conclusión, señora, es que esta baratija de protesta -sin líderes, sin respaldo, sin organizaciones políticas detrás, sin cobertura en la televisión y sin fuerza siquiera para romper un vidrio, tirar un petardo, dar vuelta un auto o quemar algún neumático-, esta marchita de cuarta lo que se merece es una respuesta ejemplificadora. Una gran marcha K.
- Che boludo, ¿ como era eso de saber hacerse el boludo ?
Sí, confrontemos, midamos fuerzas: militantes a sueldo contra espontáneos; todos nuestros canales contra TN; Puerto Madero contra Barrio Norte; un discurso florido por cadena contra la cadena de cacerolas. Señora, tenemos que darles su merecido. No dejemos que nos mojen la oreja. No dejemos que nos ganen la calle. Contraataquemos. Porque yo estuve ahí, señora, y se lo puedo asegurar: eran poquísimos y no representaban a nadie, pero parecían millones y estaban enojados. Muy enojados.
Y encontré esto, no tiene desperdicio...
Página 12 mostró, en estos días, dos modos muy disímiles de pensar la
masiva protesta del jueves. Por un lado (texto 1), la columna de hoy de
M.Wainfeld. A pesar de que comienza con una frase de reminiscencias
nefastas, el texto es reflexivo, abierto, sensible a las diferencias,
atento. Por otro (texto 2), la columna de los lunes de E.Aliverti, que
termina con un párrafo que pasará a la historia del periodismo
argentino, por la cerrada inhumanidad que transpira y quiere hacer
visible. Vale la pena comparar los textos. Pego aquí un párrafo de cada
uno de ellos:
Un riesgo, cree este cronista, acecha al oficialismo. Es suponer que la protesta sólo aglutina a exaltados gorilas, que los hubo y se dejaron oír. También presuponer que sólo el odio mueve a los participantes, aunque unos cuantos lo destilaron en dosis pestilentes. Y, sobre todo, desdeñar todas las críticas o creer que éstas se encierran en la burbuja de la minoría que se expresó.
En toda sociedad siempre hay disconformidades, broncas, intereses heridos que pueden llevar al reclamo. La sociedad argentina, en promedio, es mandada a hacer para reclamar en calles y plazas. Minimizar la expansión del reclamo, con recursos políticos democráticos, es un objetivo lógico del Gobierno. Lo que es muy distinto a creer que eso se puede hacer sólo subestimando a quienes lo cuestionaron o cuestionarán o simplificando su repertorio de demandas u objeciones. O emitir señales que excluyen la introspección, que no es una debilidad sino una sabiduría.
EL PAIS › OPINION
Ecos, reacciones, desafíos
Por Mario Wainfeld
Un riesgo, cree este cronista, acecha al oficialismo. Es suponer que la protesta sólo aglutina a exaltados gorilas, que los hubo y se dejaron oír. También presuponer que sólo el odio mueve a los participantes, aunque unos cuantos lo destilaron en dosis pestilentes. Y, sobre todo, desdeñar todas las críticas o creer que éstas se encierran en la burbuja de la minoría que se expresó.
En toda sociedad siempre hay disconformidades, broncas, intereses heridos que pueden llevar al reclamo. La sociedad argentina, en promedio, es mandada a hacer para reclamar en calles y plazas. Minimizar la expansión del reclamo, con recursos políticos democráticos, es un objetivo lógico del Gobierno. Lo que es muy distinto a creer que eso se puede hacer sólo subestimando a quienes lo cuestionaron o cuestionarán o simplificando su repertorio de demandas u objeciones. O emitir señales que excluyen la introspección, que no es una debilidad sino una sabiduría.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-203719-2012-09-19.html
Esta columna termina en primera persona, como es de estilo y pertinente aclarar cuando un periodista –más aún en rol opinativo– se dispone a violar una regla básica de la profesión. Me importa una infinita cantidad de carajos tener el más mínimo grado de consenso con esta gente. Casi desde que el mundo es mundo, el mundo se divide en clases. Y en las más postergadas, por obra de las dominantes de la pirámide y sobre todo en las medias, que son el jamón del sandwich, hay franjas asemejadas que hasta salen a la calle para defender intereses que no les son propios sino de quienes las sojuzgan. Se puede creer que vale convencer a los privilegiados y a sus loritos por vía del “diálogo”, siempre desparejo gracias a los medios de comunicación que pertenecen a la clase de punta. O practicar el “centralismo democrático” de dar la batalla a través de los hechos, tal y como toda la vida hicieron ellos. No quiero saber absolutamente nada de pacificar relaciones con esta gente. No quiero ni diálogo ni consenso con quienes vociferan “yegua, puta y montonera”. No quiero sentarme a soportar, ni por un solo segundo, a los que quieren para Cristina el final de De la Rúa. Me repugna que salgan a manifestar muchos de los que hace poco más de diez años canturreaban que entre piquetes y cacerola la lucha era una sola, porque les habían pasado la cuenta de la fiesta de la rata. No quiero saber nada con esa gente que a la primera de cambio apoyaría el golpe militar del que ya no disponen. Quiero tener con ellos una profunda división. Y concentrarme en de cuál manera se garantizaría mejor que se hundan en el fondo de su historia antropológico-nacional, consistente en que el negro de al lado no porte ni siquiera el derecho de mejorar un poquito.
EL PAIS › OPINION
No quiero
Por Eduardo Aliverti
Esta columna termina en primera persona, como es de estilo y pertinente aclarar cuando un periodista –más aún en rol opinativo– se dispone a violar una regla básica de la profesión. Me importa una infinita cantidad de carajos tener el más mínimo grado de consenso con esta gente. Casi desde que el mundo es mundo, el mundo se divide en clases. Y en las más postergadas, por obra de las dominantes de la pirámide y sobre todo en las medias, que son el jamón del sandwich, hay franjas asemejadas que hasta salen a la calle para defender intereses que no les son propios sino de quienes las sojuzgan. Se puede creer que vale convencer a los privilegiados y a sus loritos por vía del “diálogo”, siempre desparejo gracias a los medios de comunicación que pertenecen a la clase de punta. O practicar el “centralismo democrático” de dar la batalla a través de los hechos, tal y como toda la vida hicieron ellos. No quiero saber absolutamente nada de pacificar relaciones con esta gente. No quiero ni diálogo ni consenso con quienes vociferan “yegua, puta y montonera”. No quiero sentarme a soportar, ni por un solo segundo, a los que quieren para Cristina el final de De la Rúa. Me repugna que salgan a manifestar muchos de los que hace poco más de diez años canturreaban que entre piquetes y cacerola la lucha era una sola, porque les habían pasado la cuenta de la fiesta de la rata. No quiero saber nada con esa gente que a la primera de cambio apoyaría el golpe militar del que ya no disponen. Quiero tener con ellos una profunda división. Y concentrarme en de cuál manera se garantizaría mejor que se hundan en el fondo de su historia antropológico-nacional, consistente en que el negro de al lado no porte ni siquiera el derecho de mejorar un poquito.
Quiero a esa gente cada vez más lejos. Y cuanto más los veo, más seguro estoy.
Ante algo como eso, solo puedo poner esto otro:
Intolerancia (sociología)
La intolerancia se define como la falta de la habilidad o la voluntad de tolerar algo. En un sentido social o político, es la ausencia de tolerancia de los puntos de vista de otras personas. Para un principio social, es demasiado abierto para interpretación subjetiva debido al hecho de que hay una lista de definiciones sin fin para esta idea.En este último sentido, la intolerancia resulta ser cualquier actitud irrespetuosa hacia las opiniones o características diferentes de las propias. En el plano de las ideas, por ejemplo, se caracteriza por la perseverancia en la propia opinión, a pesar de las razones que se puedan esgrimir contra ella. Supone, por tanto, cierta dureza y rigidez en el mantenimiento de las propias ideas o características, que se tienen como absolutas e inquebrantables.
Tiene por consecuencia la discriminación dirigida hacia grupos o personas (que puede llegar a la segregación o a la agresión) por el hecho de que éstos piensen, actúen o simplemente sean de manera diferente. Las múltiples manifestaciones de este fenómeno poseen en común la elevación como valor supremo de la propia identidad, ya sea étnica, sexualidad, ideológica o religiosa, desde la cual se justifica el ejercicio de la marginación hacia el otro diferente. El intolerante considera que ser diferentes equivale a no ser iguales en cuanto a derechos.
Podríamos distinguir también una doble vertiente en la intolerancia. Por un lado estarían los grandes casos de la historia, más o menos conocidos por todos. Pero también es un fenómeno sutil que puede identificarse continuamente en cualquier entorno. La intolerancia, pues, tendría una segunda vertiente más cercana, la cual se halla presente en la vida cotidiana.
La intransigencia para con los demás, para con los diferentes escoge distintos objetos. En cualquier caso, siempre supone una diferencia respecto a lo considerado normal o correcto por quienes juzgan. Acá esperan ser resueltos y desarrollados muchos conceptos, empezando por aproximarnos a un metalenguaje en el que cualquier cultura quiera definir los términos o conceptos.
La intransigencia es la diferencia en el prójimo, ya se base ésta en características de género, culturales, ideológicas o religiosas, contra lo que arremete el intolerante. Formas comunes de intolerancia son el racismo, el sexismo, homofobia, la intolerancia religiosa y la intolerancia política.
Lo práctico acaso sería atacar el problema REAL (identificar y desarrollar la forma de la "intolerancia de la intolerancia") y no atacar a los bandos; pues al tomar partido, se pudiera ser cómplice de los disparos o de los muertos que se den: "Donde no hay coexistencia hay codestrucción" (Rabindranath Tagoré, premio Nobel de la India)
ENLACES/FUENTES:
http://www.lanacion.com.ar/1508655-la-protesta-gorila-fue-un-mamarracho
http://www.lanacion.com.ar/autor/carlos-m-reymundo-roberts-86
http://seminariogargarella.blogspot.com.ar/2012/09/dos-miradas-sobre-la-protesta.html
http://el-propalador.blogspot.com.ar/2012/09/dos-miradas-sobre-la-protesta-del-13-9.html
http://el-propalador.blogspot.com.ar/
http://es.wikipedia.org/wiki/Intolerancia_%28sociolog%C3%ADa%29