El brasileño Francisco Manoel Da Silva fue el más pobre entre los pobres, un aventurero que empezó buscando oro y se convirtió en el bandido Cobra Verde. Gracias a su astucia y temeridad llegó a ser el comerciante de esclavos más importante de su país.
Admirador de las leyendas hilvanadas por las tribus nativas, quizá compartió esta experiencia con un buen conocedor del tema, el escritor Bruce Chatwin, de quien surgió su próximo proyecto cinematográfico.Inspirándose en la novela El virrey de Ouidah, de Chatwin, Herzog comenzó en 1988 Cobra Verde, una película para cuyo rodaje hubo de viajar hasta la costa africana, contando de nuevo con la presencia de Klaus Kinski, con quien se peleó en no pocas ocasiones, y Peter Berling, viejo amigo suyo y luego afamado novelista, que ya había actuado enAguirre y en Fitzcarraldo.Como era norma en las filmaciones de Herzog, las dificultades fueron constantes. Bruce Chatwin fue testigo de un terrorífico enfrentamiento de cientos de extras nativos, detenido por Herzog con sus habituales dotes diplomáticas. Por su parte, Kinski mostraba cada día las oscilaciones neuróticas de su carácter, y tan pronto declaraba su amor a las jóvenes del equipo como se enzarzaba en inacabables disputas con el director y el resto del reparto.A juicio de Chatwin, ciertos acontecimientos de aquel rodaje poco tuvieron que envidiar a las aventuras que narraba su novela.A pesar de lo sugestivas que pudieran resultar las peripecias cinematográficas de Herzog, la industria temía cada vez más sus proyectos, y su financiación se convirtió en un verdadero problema.Por lo demás, el público que compartía su sensibilidad era cada vez más reducido, sobre todo gracias a la pujante influencia del cine de acción estadounidense, más liviano en sus contenidos. (...) (The Cult Magazine)
Última de las cinco colaboraciones de la sociedad Kinski-Herzog, y una de las más poderosas visualmente hablando. Herzog es un viejo zorro, que estando ya en la quinta (y sin saberlo última) de sus colaboraciones, sabe exactamente cómo extraer lo mejor del temperamental Kinski, ese loco arrebatado, que retrataba perfectamente sus lunáticos personajes, y que moriría tres años después de estrenada esta película.
En esta ocasión, encarnará a un villano, el bandido brasileño conocido como Cobra Verde, en un filme con dos partes marcadamente distintas. Una primera parte cruda, con escenas fuertes como la brutal amputación del brazo del operario de una de las máquinas azucareras, y donde el bandido da muestras de su indomable carácter, comportamiento casi animal que simplemente arrolla todo a su paso, subyugando todo lo que le salga al frente (idóneo papel para Kinski, ¿verdad?), tanto a su ocasional patrón, como a sus tres hijas. Ante la afrenta de poseerlas a todas, es desterrado por su patrón al África, donde espera que encuentre una muerte segura tratando de reinstaurar el comercio de esclavos en una inhóspita tierra donde ser blanco es sinónimo de muerte, y donde un desequilibrado rey manda despóticamente.
Pero con lo que no contaba el patrón es que Cobra Verde simplemente se impone donde sea, y como sea. Ya en la segunda parte de la película, Herzog nos introduce con su estilo y categoría en tierras africanas, y donde el protagonista dará su mayor prueba de carácter comandando un ejército de mujeres para destronar al loco monarca. La película nos asaltará con profundos y significativos diálogos y fuertes simbolismos. Como el hecho de utilizar mujeres en batalla, las mujeres son más letales que los hombres en ese territorio, son las asesinas de mañana, como las nombra el lugareño ayudante de Cobra Verde, que contra todo pronóstico logra imponerse en tierras africanas, alcanza títulos nobiliarios, triunfa. O como el diálogo donde Cobra Verde se da cuenta que ha sido abandonado por quienes apoyó, y ante la definición de su compañero de esclavitud, el peor error de la humanidad, él la define como un crimen, un inherente crimen innato al corazón del hombre, para su deshonra, significativa definición por parte de alguien que pasó los últimos tiempos lidiando directamente con ella. Pero todo el esfuerzo se acumula y termina pasando factura a un finalmente fatigado bandido, abandonado por la gente que ayudó, traición y esclavitud que lo acaban empujando hacia su final.
El final es tremendamente simbólico. Un agotado Cobra Verde decide abandonar todo, retirarse y dejar toda esa tierra, toda esa esclavitud, toda esa imperante enfermedad e inanición. En una secuencia profunda y muy rica, vemos a Kinski caminando por la bahía, seguido por un hombre enfermo de polio, que asiste silencioso a sus últimos instantes(...) (Cinestonia)
In their last film together, director Werner Herzog drew from actor Klaus Kinski a performance that grounds Kinski's volcanic passions with a new gravity--perhaps age was bringing Kinski down to earth. He plays Cobra Verde, a notorious Brazilian bandit, whom a plantation owner hires to keep his slaves in line. After Cobra Verde impregnates all his daughters, the owner and the authorities conspire to send the bandit to Africa to reopen the slave trade. They expect him to be killed, but through a mixture of his own cunning and the volatile politics of West Africa, Cobra Verde ends up leading an army of women to overthrow the king. Cobra Verde is disjointed, but that doesn't mean it isn't worth watching. Kinski is magnetic in scene after remarkable scene, and though the whole isn't satisfying, the parts certainly are. --Bret Fetzer
"Quizás busco ciertas utopías, espacios para el honor y el respeto humanos, paisajes que no han sido ofendidos, planetas que todavía no existen, lugares soñados. Hay poca gente que busque esas cosas hoy en día." Werner Herzog