Lisbeth Salander aparece por primera vez en el segundo capítulo de la famosa novela de Stieg Larsson Los hombres que no amaban a las mujeres. Novela que, además de ser un fenómeno de masas en todo el mundo, ha abierto la puerta de lo que se ha dado en llamar “la novela negra escandinava”. En las estanterías dedicadas a este novísimo género se puede encontrar ya más de una decena de autores —algunos noveles, otros renacidos— promocionados al albur del éxito póstumo de Larsson. En sus páginas, Lisbeth Salander es descrita como “una chica pálida, de delgadez anoréxica, pelo cortado al cepillo y piercings en la nariz y en las cejas”. Se mencionan de entrada sus tatuajes, su mal humor, su mala relación con sus compañeros de trabajo... Y se hace hincapié en su inteligencia y capacidad para husmear toda la información posible hackeando sin mesura los ordenadores de sus víctimas con su memoria fotográfica.
A lo largo de las novelas en que toma partido —tres publicadas de un proyecto inacabado de diez— poco a poco se va perfilando su carácter, sus filias y fobias, además de su oscuro pasado. Salander, por citar sólo un ejemplo, no duda en vengarse de aquellos que se propasan con ella. No tiene reparos en causar dolor y no se le caen los anillos a la hora de propinar patadas, puñetazos, balazos o incluso soltar cargas eléctricas con su pistola. Siempre en defensa propia o, al menos, sobre víctimas que —a falta de una justicia legítima— bien se lo pueden merecer: cuando su tutor legal la viola ella no duda en vengarse haciendo uso del mismo consolador que el violador empleó...
Lisbeth Salander pasa a convertirse en la acompañante del héroe cuando uno de sus “investigados” se ve metido en un embrollo en el que, sin duda, siente que puede venirle bien un poco de ayuda. Por supuesto, él se quedará prendado de ella y ella de él, aunque ella nunca lo terminará de admitir. Tal vez por rebeldía, o simplemente porque no lo tiene muy claro. En cualquier caso, el personaje de Salander goza del mismo mérito que el de Jack Sparrow: ser, como secundario, mucho más interesante que el protagonista. Prueba de ello es que las secuelas de la novela han terminado —ambas— centrándose de lleno en Lisbeth, su pasado, su presente y sus problemas.
Stieg Larsson, «Millenium»
El reino de los malditos
Juan Carlos Suárez Revollar
Una mirada rápida a las tres partes de la trilogía Millennium parecería mostrar que los personajes son, en todos sus niveles, infames gentes de alma retorcida, con desórdenes sicológicos, intolerancia, corrupción o simplemente avaricia, a las que Lisbeth Salander y Mikael Blomkvist se empeñan en combatir. Cualquiera de las tres puede leerse de manera independiente, aunque hacerlo secuencialmente configura un todo de amplia solidez. Fueron publicadas poco después de la repentina muerte de su autor, el periodista y escritor sueco Stieg Larsson, con los distintivos títulos de Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire.
Lisbeth
Salander es una heroína inconfundible: con una extraña moralidad y de
temperamento indoblegable, es poco comunicativa, bajita y muy delgada,
llena de tatuajes y piercings y con el cabello cortado a cepillo.
Viste vaqueros negros y chaquetillas de cuero con broches de acero, a
la usanza de los punkis. Gracias a su increíble habilidad para reunir
información y a sus conocimientos informáticos, es capaz de acceder a
cualquier computadora y, por ende, a los secretos de sus propietarios
(sean estos sus rivales o aliados). Esa característica le permite un
nivel de omnisciencia que no alcanza ningún otro personaje en toda la
trilogía. Su partner —y a su modo, su contraparte— es el periodista Mikael Blomkvist, diestro investigador y cabeza de la revista Millennium,
un medio independiente y muy comprometido a la hora de denunciar a
corruptos, sinvergüenzas y rufianes. Es únicamente con la combinación de
esfuerzos que ambos son capaces de hacer frente y vencer a aquellos
despreciables empresarios, miembros del gobierno y hasta delincuentes
cuyas actividades tienen un rasgo común: violan los derechos de los
otros y, en la mayoría de los casos, son misóginos, racistas o sicópatas
con poder. Pero Lisbeth Salander y Mikael Blomkvist no están solos.
Junto a ellos hay un puñado de personajes que se juegan el futuro
profesional, y aun la vida, para defender a una desconocida, por
ejemplo, de la injusticia de la que ha sido víctima a lo largo de su
vida, primero por un intocable padre lunático y misógino, y después por
unas autoridades corrompidas hasta niveles extremos. Ese es el «bien» y
el «mal» que se ha retratado tan puntillosamente en la novela: el
primero vulnerable, altruista y desinteresado, cuya única arma es el
buen periodismo; y el segundo dotado del poder político más infecto, de
manipulación, ocultación e incluso de control de la vida y la muerte.
Un tema central de la novela es la misoginia, extendida como una epidemia en todos los estratos sociales —sobre la que Lisbeth Salander es particularmente sensible—; pero también las feroces relaciones familiares y en particular las que van en la senda padre-hijo. Hay muchos personajes memorables, como Zala, en la segunda parte, a quien es imposible no relacionar con Kurtz, de El corazón de las tinieblas, así como el dueto Salander-Blomkvist.
Los hombres que no amaban a las mujeres es
una historia en la misma línea que las de Agatha Christie. Se enmarca
en el viejo subgénero policial del «recinto cerrado», pero en vez de una
habitación o una casa, los hechos a investigar han ocurrido casi
cuarenta años atrás en una isla. Si bien Millennium arranca como
un policial convencional —al menos lo es en su armazón más superficial—,
en la segunda y tercera parte de la trilogía se termina convirtiendo en
un híbrido de novela de espionaje y thriller político, donde los
personajes luchan contra un complot de magnitudes internacionales, y
ocurren hechos de tal inverosimilitud que, a no ser por la
extraordinaria pericia del autor, se estropearía la historia completa.
Precisamente, la trama se ha construido siguiendo cánones formales
propios de la novela de aventuras, con acción creciente, acentuada por
la alternancia de hechos simultáneos —y a su vez, de puntos de vista— en
los bloques aislados que son la base de su estructura; aunque, claro,
Larsson incorporó también elementos de casi todos los subgéneros
policiales.
La organización formal es sencilla, y a grandes rasgos, incluso lineal, salvo en los pequeños retrocesos al pasado para explicar algo más sobre un hecho o un personaje, lo cual dota de profundidad a cada arista de la historia. Las técnicas narrativas presentes son de lo más diversas, y abarcan desde aquellas más comunes, como el dato oculto (podría decirse que la trilogía completa está construida en base al ocultamiento temporal de información al lector), hasta las cinematográficas: el ojo móvil, el travelling o la cámara lenta. Por eso secuencias enteras tienen un aparente caos en el punto de vista, que salta de un personaje a otro. Lo que no hace ininteligible a la novela es que Larsson jamás pierde el hilo conductor de la historia.
Muchas
veces el éxito de difusión de una novela obedece a factores tan azarosos
que difícilmente tienen que ver con su calidad. Pero en el caso de Millennium es perfectamente justo, como ocurriera en su tiempo con otras grandes novelas de Víctor Hugo, Tolstoi o Balzac.
ENLACES/FUENTES:
http://deslecturas.blogspot.com.ar/2012/03/stieg-larsson-millenium.html
http://planta13.blogspot.com.ar/2011/11/quien-es-salander.html
http://trilogiamillenium.blogspot.com.ar/