Generalmente, los discursos de la Presi nos dejan algunas perlitas para
reirnos y el del 9 de Julio no fue la excepción. Pese a ello, no quiero opacar
el mensaje verdadero que nos envió Cris en la celebración del noveno
aniversario de la llegada del mesías tuerto a la ciudad de San Miguel de
Tucumán. De entrada, tiró que en
2003, cuando Néstor Kirchner fue a celebrar el primer Día de la
Independencia de su mandato, el país estaba dado vuelta y no como ahora,
que el país está al derecho y lo que está patas para arribas es el
mundo. Suponemos que la Europa de 2003 padeciendo atentados terroristas y
con sus economías abocadas a la guerra junto a Estados Unidos, no es lo
más normal que podamos imaginar, pero tengamos en cuenta que, para la
Presi, un luto de dos años con trajes de lentejuelas, es el metro patrón
de lo normal.
Disparó muchas frases que quedarían como gansadas, si no fueran porque aportan tanto a la fantasía. Que en 2003 el país profundo sí entendió a Néstor, que debemos buscar la unidad de todos los argentinos, que también debemos bregar por la unidad latinoamericana y que ella y su difunto marido vinieron a "romper un maleficio". Algunas dudas -¿Qué buscan los militontos cuando manifiestan su disposición para la liberación? ¿La liberación de la compra de dólares, o la de las importaciones?- y muchas certezas.
La antigua y romana costumbre de hacer lo que uno dice y no lo que predica con el ejemplo, en estos casos llega a un paroxismo digno de patología. Y como los terapeutas no dan muy nacional ni popular, todos somos analistas y destinatarios de sus exposiciones narcisistas y mentirosas, de sus prédicas de pasados inexistentes, presentes imposibles de encontrar y futuros bastante más imprecisos de los que nos pinta la Cris. Al igual que la semana pasada, cuando nos reescribió la historia de la crisis económica de 2001, hoy nos pintó cualquiera de varios pasajes de la historia reciente y no tan reciente de nuestro país. Algunas cosas las edulcoró, otras las convirtió en épicas y del resto no habló.
"No me importa el crecimiento económico por si mismo", afirma la misma mina que ante cada manifestación de pobreza, ante cada corrida cambiaria, ante el vaciamiento de los ahorros bancarios, ante las noticias de empresas suspendiendo personal hasta nuevo aviso, y ante cada reclamo sindical, nos responde con un "seguimos creciendo a un nivel nunca registrado en la historia del sistema solar". Y la afirmación la tiró al hablar del modelo que vino a proponernos Néstor en 2003 y que le costó el agravio de propios y ajenos. Todavía estoy buscando donde estuvieron los palos en la rueda, si de parte de la pesada herencia recibida en materia económica que le permitió acumular reservas sin pagar deuda gracias al default del Adolfo y del equipo económico encabezado por Lavagna, o del factor social, con la Federal y la Gendarmería de Aníbal Fernández reprimiendo cuanta protesta hubiera en Capital. Tamaña afirmación, como era de esperar, la decoró con un dato de la actualidad extraído de esa enorme caja de Pandora que denominamos Indec: la desocupación está en el 4%.
Más allá de que un dato así en el contexto de las empresas ahogadas da para chiste -invito a que me comenten cuántas personas conocen cada uno de ustedes que esté teniendo problemas de expectativas y/o continuidad laboral, estatales abstenerse- les planteo una dicotomía que vendría a reemplazar la histórica duda de si es preferible ser feliz o tener razón: ¿Es preferible no ser pobre o tener trabajo? Porque hasta donde mi lectocomprensión me lo permite, en la historia del país, la pobreza comenzó a ser un problema de dimensiones considerables a finales de los ochenta, cuando emerge la marginalidad como fenómeno social incipiente. Antiguamente, se decía que el trabajo dignificaba, porque estar en calidad ociosa era lo peor que le podía pasar a un laburante. Claro, ese trabajador sin actividad, comer, comía igual y el techo lo conservaba. En este raro contexto en el que se contradicen los indicadores de pobreza y desempleo, y en el que presenciamos el raro privilegio de tener pobres con laburo, vuelvo a plantear la cuestión. ¿Qué es preferible, llegar a fin de mes o tener laburo? Saquen cuentas, y después me dicen.
"El proyecto de Él y el mío, además de democrático, es profundamente federal", anunció enojada, vaya a saber uno por qué, la heredera de la obra pública, planteándonos un debate sobre qué consideramos federalismo. ¿Es federalismo que cada provincia pueda progresar en base a su poder de producción, recibiendo la ayuda de las demás provincias para fomentar la infraestructura que permita que las antiguas economías invíables desarrollen una producción autosuficiente? ¿O federalismo es administrar las cajas provinciales y repartir plata a dedo, generando fenómenos tales como que el gobierno nacional pague con plata de San Juan el nuevo centro cívico de un pueblo perdido en el desierto santacruceño y que los bonaerenses financien el nuevo edificio municipal de un departamento cordobés que no figura ni en los GPS?
Un párrafo aparte se merece el análisis de nuestra Presi sobre los
verdaderos motivos de la crisis mundial que "derrumbó a ese mundo que
nos refregaron por la cara durante años". Pareciera que echarle la culpa
a miles de millones de dólares regalados en créditos hipotecarios a
insolventes, no es un buen motivo, a pesar de los gratos recuerdos que
le genera. Sin embargo, la Presi se quedó en 2009 -cuando decía que no
necesitábamos plan B, porque la crisis no nos iba a pegar- y hoy afirma
que todo se debe a la "timba financiera y a los dineros virtuales, que
nadie sasbe si existen o no". Sí, lo dice la misma mina que encabeza un
gobierno que emite billetes a diario sin ningún tipo de respaldo. Sí, lo
dice la misma mina que habla de los asombrosos niveles de acumulación
de divisa en el Banco Central, y los cuales consisten en papelitos, en
bonos, en dinero virtual. Y sí, lo dice la misma mina que es viuda de un
tipo que ha hecho de la timba financiera y de los paraísos fiscales la
otra pata de su fortuna, logrando que un matrimonio que sólo ha vivido
del Estado -a excepción de una etapa no mucho más ética- se convirtieran
en los dos presidentes más ricos de la historia del país.
Nuevamente le pegó a los consultores económicos, que tanta bosta le tiran, por no haber dicho nada que avivara a la gente a retirar sus depósitos en los tiempos anteriores al corralito. Que se lo diga a la muchachada, compuesta en partes iguales por pendejos que en 2001 ni se enteraron porque vivían de los padres, y por tipos que para lo único que iban al banco en 2001 era para cobrar el plan social, es una cosa. Que lo transmita por cadena nacional y nos lo diga a nosotros, que padecimos a Laje y Hadad 24 horas al día con mensajes apocalípticos, es otra. También nos pidió que vayamos "a militar a los barrios como hicimos nosotros", con la misma carita con la que salía por los barrios a buscar deudores hipotecarios, para luego recordar que Néstor fue a laburar de diputado una sola vez, cuando votó a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo.
Más tarde se colgó de las tetas de Dilma al hablar del protagonismo regional en el mundo, y en el medio de la puteada a todo el que piensa distinto, pidió la unidad de todos los argentinos y la de latinoamérica. Entiendo que se busque un marco teórico y conceptual, un parámetro social para tanta latinoamericanización del país, pero una cosa es pedir unidad económica y unidad política, y una muy distinta es suponer que todos somos latinos.
El concepto de latinoamericano es algo que hasta no hace mucho tiempo, me resbalaba lo suficiente como para dejarlo donde corresponde, o sea, en las charlas de la Fuba. Obviamente, como las troscas siempre -siempre- garpan, algún que otro libro he leído al respecto, como para ilustrarme a la hora de buscar qué picotear. Pero la sola idea de que por una cuestión de horizonte cultural, deba considerarme hermano de un hondureño, un paraguayo o un brasileño, de plano me choca. Lo único que tenemos en común con cualquier otro país de los denominados "latinoamericanos" es -en la mayoría- un idioma que ni siquiera se asemeja a como lo hablan los demás, y la pertenencia a una plataforma continental.
El horizonte cultural jamás puede estar fundado en un origen común, sino en el devenir histórico, en el todo. Nunca tuvimos como meta escaparnos en balsa, ni cruzar fronteras escapando de las patrullas norteamericanas, aunque ya estemos sacando cuentas de cuánto tenemos que remar de Ensenada a Colonia. No tuvimos tanto mestizaje como otros países, ni siquiera compartimos los mismos recursos. Nuestra historia está dada por una continuidad de oleadas inmigratorias europeas y ni siquiera podemos ostentar una historia folclórica que pueda remontarse más atrás de la primera mitad del siglo XIX.
Argentina es un país que nació, se formó y se desarrolló mirando al norte, y por norte no me refiero a Venezuela o Ecuador. Fuimos hasta no hace mucho el terror de las industrias de la región y hasta en Brasil llamaban a combatir al "imperialismo argentino". A esta situación, algunos la presentan como un error de concepción, una falacia que consiste en aplicar en el país las soluciones de otros lares. Estos boludos, son los mismos que hablan de socialismo europeo, el modelo chino, la revolución cubana y la cultura soviética. Sucede que, para algunas cosas, sí es bueno mirar hacia el otro mundo.
Este país se desarrolló con un modelo de infraestructuras de nación desarrollada, un plan de loteo y poblamiento modelo, un sistema penitenciario vanguardista y una urbanización que asombró a cuanto extranjero transitara por las calles argentinas. Nuestras inmigraciones selectivas -esas que los mamertos de apellido gallego, vasco, polaco, ruso o italiano critican- se debían al trazado de una meta de progreso inmediato y para eso no había tiempo de enseñarle a nadie. Los obreros de afuera, además de venir espantados por el hambre, las guerras, las persecusiones y la falta de oportunidades, traían la mano de obra calificada necesaria para poner en pie un sistema productivo y, de paso cañazo, enseñar a los locales como laburar.
Mirar al norte no es sólo acordarse de cuando los Cantilo y los Alvear se iba a tirar manteca al techo a las ciudades europeas, sino que también consiste en reivindicar y hacer honor a los tipos que crearon ese país del que tanto hablamos, los extranjeros que forjaron esta patria tan multicultural que no cuadra en ningún concepto de latinoamericanización. En definitiva, ser respetuosos con los que hicieron ese país que aún hoy, todavía, no han podido hacer desaparecer. Son los que fabricaron el sistema productivo que nos condena al éxito, las bases económicas que aún hoy impiden que este país no toque nunca fondo. Y eso que han hecho mérito para lo contrario. Nuestros salarios "más altos de la región", es lo que queda de aquella patria desarrollada, autosuficiente y soberana, donde la realidad del pueblo no se medía en si gobernaban los azules o los colorados, sino en el poder adquisitivo medido en techo propio, autito en la puerta y movilidad social ascendente, entendida como que tus hijos vivan mejor que vos, o sea, que suban en la escala social. Y esto era la envidia de lo que hoy llamamos latinoamérica.
La idea de pedir la unidad
latinoamericana desde lo cultural, es un verso de tan imposible
cumplimiento como lo es requerirle a la Presi que cierre la boca por una
semana. No es una cuestión de resentimiento, sino de realidad y respeto
por las demás culturas. Amo la calidez del pueblo colombiano, pero no
por eso voy a querer que las arepas sean de consumo obligatorio en los
comedores escolares. La diversidad cultural, lo distinto, es lo que nos
atrae de otros pueblos, de otras culturas. Si somos distintos ¿por qué
deberíamos buscar una homogeneidad que nunca existió?
A veces creo que es un discurso preparador, una suerte de colchón para
cuando nos demos cuenta que de aquella potencia sudamericana, sólo
quedan los salarios más altos de la región. Y es que, en defintiva,
nuestros gobiernos se han encargado de dar el primer paso hacia la
integración Argentina en latinoamérica y nos han llenado con todos los
problemas de nuestros vecinos, contratiempos sociales, económicos y
legales a los cuales nuestro país siempre había gambeteado.
ENLACES/FUENTES: